8 de noviembre de 2013

Canción Cantada, según la Agencia Paco Urondo

"Canción Cantada" o cuando la memoria sube a escena

Durante todo octubre, el grupo de teatro independiente Hierba Roja –oriundo de La Plata- subió a escena “Canción Cantada”, una obra que reflexiona sobre la memoria a partir de la historia de dos mujeres que esperan en un bar a alguien que nunca llegará.  En esta nota, compartimos una charla con su directora, Carolina Donnantuoni, que nos cuenta todo sobre este espectáculo.


Por Maricruz Gareca

“Canción Cantada”, la nueva creación colectiva del grupo Hierba Roja Teatro, cuenta una historia cotidiana: dos mujeres, cada una por su lado, acuden a un bar para encontrarse con alguien que nunca llegará. Esa escena – llegar, esperar en vano, irse- se repetirá una y otra vez, siempre en silencio, hasta el infinito. La magia, sin embargo, se produce justamente a causa de esa ausencia, porque es allí donde irrumpen los recuerdos de cada una de las protagonistas para dar lugar a un imaginario alternativo, donde ellas recuperan una memoria atravesada por objetos, música y, sobre todo, por el cuerpo y la voz.
Aunque aborde una escena que podría pasar en cualquier bar de cualquier ciudad, la obra protagonizada por Ayelen Dias Correia y Constanza Mosetti no tiene un relato tradicional: “Como no es una obra que tiene una historia con principio, nudo y desenlace, no se narra de esa manera, sino mas bien a partir de lo que cuentan con sus cuerpos y con  su voz, con un texto fragmentado, que es tomado de un par de cartas que escribieron las propias actrices generando de este modo la historia de cada uno de sus personajes, es una obra que despeja ideas para que el espectador termine o empiece a crear la historia de cada una.”, nos cuenta su directora, Carolina Donnantuoni. Más adelante agrega: “Es un poco complejo de explicarla, de decir de qué se trata la obra. Básicamente, se trata de cómo nosotros, las personas, podemos elegir qué cosas recordar, qué cosas olvidar y cómo nuestros cuerpos reaccionan a eso”.
Creado en 2001, Hierba Roja Teatro fue concebida desde un comienzo como un grupo de investigación escénica, que tiene como objetivo “la búsqueda de un lenguaje teatral basado en la profundización de los recursos expresivos de sus actores y actrices y en la investigación de las diferentes dramaturgias”. De allí, la importancia fundamental que, para las integrantes, tiene el entrenamiento “físico, vocal y creativo”, el cual –al igual que el relato de Canción Cantada- se ve atravesado por las huellas que marca la memoria.
Carolina Donnantuoni: A nosotras nos pasó que, durante el proceso de creación,  empezamos a generar el material a partir del entrenamiento y empezamos a ver que, por más que nosotras teníamos algunas diferencias –las chicas son diez, doce años menores que yo- compartíamos imágenes dentro de lo que era la estética, de eso que a nosotras nos pasaba en el cuerpo, no solamente la forma física y el modo de movernos sino que las imágenes que contenían esas formas físicas eran parecidas o provenían de los mismos universos; entonces empezamos a preguntarnos esto: cómo el cuerpo encierra una memoria colectiva, en principio una memoria grupal por  compartir con ellas cinco, seis, siete años en que estamos trabajando juntas. Entonces nos empezamos a preguntar eso, acerca de la memoria colectiva, la memoria que tenemos como sociedad, y empezó ahí la idea de empezar a hacer la música del tango, de usar esos elementos para meterlos dentro de la obra y que dialoguen con el espectador porque compartimos esa memoria con quien va a ver la obra.
En la búsqueda de una memoria colectiva, que permita acercar a las actrices con el público, el tango cumple una función primordial en tanto acerca imaginarios compartidos por ambos universos. La obra, en efecto, está inspirada en la estética del tango de los años  ’30 y ‘40,  una idea que surgió de los propios entrenamientos, con el descubrimiento de cómo los recuerdos familiares de distintas generaciones iban encontrando puntos en común. Dice su directora: “Empezamos a ver que nosotras, a su vez, teníamos un montón de cuestiones con las memorias colectivas de nuestras familias y que empezábamos a recordar mientras trabajábamos anécdotas de nuestros propios padres, entonces nos empezamos a emocionar con esa idea: de qué manera, nosotras que somos más jóvenes, de esta generación, compartíamos cosas con la generación anterior. Por ej. Vivíamos el tango de una manera tan diferente que lo que nos conmovía hasta el tuétano. De cualquier manera, eso está dentro de nosotros, aunque yo no esté todo el tiempo escuchando tango me resuena y me conmueve profundamente. Y bueno, de qué manera estos cuerpos de estas actrices jóvenes bailan o viven el tango a diferencia de cómo lo hacían nuestros padres o nuestros abuelos.”
Al mismo tiempo que eslabón entre varias generaciones, el tango también se erige como piedra fundante del proceso dramatúrgico. A lo largo de la obra, y como parte de la construcción de un imaginario anclado en los recuerdos, las actrices leen una serie de cartas que surgieron del propio entrenamiento actoral, a partir de letras de tango que la directora fue acercando a las actrices: “Yo les pasé algunas letras de tangos muy, muy viejos, de Contursi, de Lepera, de Cadicamo, de Homero Expósito que nos encanta también, y lo que hicieron ellas fue leer esas letras de tango, leer sus diarios de trabajo; yo seleccioné palabras que había elegido de mi diario de trabajo que ellas habían dicho –yo anoto todo lo que ellas dicen sobre su trabajo- y de ese recorte que yo les di ellas crearon cartas, cada una también con las imágenes que tenían de su propio personaje. Esas cartas se escribieron, tuvieron dos o tres correcciones hasta que quedaron y a partir de esas cartas empezamos de nuevo a exprimir y a generar la historia de los personajes”.


La historia de los personajes, a la vez que construida por el relato epistolar, está hecha de la materia de los objetos que intervienen en el espacio escénico, incluido el propio cuerpo de las actrices; tanto unos como los otros se sitúan en un mismo nivel, en tanto se convierten en materia significante, es decir: todos están puestos allí para generar una historia, un significado –en el escenario, pero también en el público- y, finalmente, una memoria colectiva. Objetos cotidianos y no intervenidos como una silla, una mesa, un atado de cigarrillos, cosas que cualquiera podría encontrarse en cualquier bar, adquieren en la obra un estatuto extra-cotidiano, con una finalidad que no es otra que  “desplegar otros sentidos”. En cuanto al cuerpo como un objeto más, resulta interesante ver la manera en que las propias integrantes del grupo se apropian de él: “Nosotras le dimos al espacio, al vestuario, a los objetos, al texto, a la iluminación, al cuerpo la misma entidad, lo que hice fue trabajar del mismo modo con cada uno de los elementos que aparecían en escena: a todos los fragmentamos, a todos los dividimos, a todos  los apretamos, a todos les hicimos el mismo tratamiento.”
En “Canción Cantada”, la palabra cobra un fuerte protagonismo, visible no solamente en la voz cantada de las protagonistas –tal como el título mismo lo sugiere- sino también en las cartas que leen, pero además su presencia tiene otro objetivo quizás más fuerte aún: la de dialogar con los silencios, tan contundentes como la palabra misma y una marca registrada de Hierba Roja Teatro: “Nos pasaba que durante mucho tiempo nosotras trabajamos en silencio y de los entrenamientos empezó a surgir la necesidad de empezar a construir palabras para dialogar con ese silencio, pero yo quería que permaneciera el silencio”. Ese silencio que, por momentos, puede resultar tan doloroso como incómodo para el espectador, se ve interrumpido por la explosión que genera la aparición de la palabra, que surge casi como una necesidad: “Es interesante porque en algunos momentos, a algunas personas el texto les aparecía como una necesidad, y eso es lindo. No sé si estamos llegando bien o no pero me parece interesante que le pase eso al espectador porque es algo sobre lo que estuvimos trabajando, o que se incomoden ante el silencio, o que ese silencio empiece a significar algo. Alguna vez leí una pequeña frase que anda circulando cada tanto, que habla sobre el silencio de algunas generaciones, que cuando una generación calla la siguiente sufre ese silencio.”
La urgencia de la palabra, la necesidad de crear un relato que pueda acallar el sufrimiento ocasionado por el silencio de las generaciones anteriores obligadas a callar -por muchas y diferentes razones-, nos vuelve a llevar al tópico de la memoria que actúa como hilo conductor de las historias de las dos mujeres que protagonizan la obra. Es así, entonces, que en los recuerdos cotidianos de las protagonistas, el público puede encontrar reflejado sus propios recuerdos dando lugar de esa manera a una memoria colectiva hecha de pequeñas historias: historias personales, historias familiares, pero también una memoria histórica –claro que con su contrapartida inevitable, que es el olvido o el propio silencio de aquello que se decide dejar pasar: “También está el relato que uno hace de sí mismo, el relato que cada uno hace de su propia familia, el relato que uno hace del mismo grupo de pares en el que está, tratando de abrir cada vez más los círculos; también se trata de las cosas que uno decide pasar o no nombrar, o no encontrar palabras para nombrar eso, lo que está en el inconsciente y está a punto de explotar. Este tipo de ideas son las que tuvimos tratando de trabajar dentro de la obra: cómo trabajar el silencio y como trabajar la palabra pero en relación al silencio, accionando, activando”
Ya a modo de cierre, interesa aunque sea señalar a grandes rasgos uno de los ejes ineludibles cuando se piensa en un espectáculo teatral: el público, y la manera en que se complejiza la relación entre éste y obras como la que propone el grupo platense, donde el silencio ocupa un lugar igual o más impactante que las palabras, donde se torna necesario ir más allá de lo que se dice para re-construir el relato, hecho de objetos, contado a través del cuerpo de las protagonistas y su voz cantada. Quizás la clave consista en pensar al espectador desde otro lugar, asumiéndolo como un par, como un dramaturgo en potencia, capaz de ver lo que él mismo haría si estuviera del otro lado, en el lado del escenario.
Carolina Donnantuoni: A mí me interesa trabajar alrededor de ideas sencillas, fáciles de comprender rápidamente, hablo de una comprensión de la estética incluso; ideas sencillas que sean accesibles y que por más que quizás, en los primeros cinco minutos, uno dice ‘uy capaz que no voy a entender’, al ratito uno ya entiende que se trata de otra cosa, que ya es obvio que no me van a contar un cuentito con principio, nudo y desenlace, sino que se trata de ponerme yo ahí a mirar y a ponerlo con mi propia historia, a mirar como hace cualquier espectador cuando va a ver cualquier espectáculo. Yo confío en la inteligencia emocional e intelectual que tiene el espectador, es más: intento lo mas que pueda esa idea, aunque a veces se me escapa, pero me gusta pensar en el espectador que sea dramaturgo, que haga el mismo trabajo que hago yo cuando las veo a las chicas ensayar  y trabajar. Me gusta pensar que al espectador le gusta lo mismo, que hace lo mismo con lo que nosotras le ofrecemos; para mí es el mejor espectador del mundo, el que puede sentarse a ver y a armar con lo que ve, está bueno eso. A mí me gusta hacer eso cuando voy a ver una obra de teatro, entonces espero lo mismo cuando van a ver las obras que hacemos nosotras.”

Nota publicada en Agencia Paco Urondo: 

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